Hay muchos pueblos que poco a poco van consiguiendo una
imagen de ciudad moderna, bien sea porque se convierten en ciudades dormitorios
o tal vez porque tengan la suerte o la
desgracia de que en su término se instalen grandes industrias que además de
aportar beneficios municipales, hacen que se construyan urbanizaciones modernas para alojar la
población demandante de trabajo.
Estos pueblos como por ejemplo San Roque y los Barrios, a mi
entender, se están modernizando poco a poco y perdiendo ese aspecto que siempre les caracterizó como antiguos,
aunque como es lógico eso no desparece del todo en pocos años y podamos ver
algunas escenas aisladas.
En cambio otros, aunque hayan recibido la modernidad y se
hayan construido viviendas nuevas fuera del casco histórico, aún les perdura
ese “airecillo” de pueblo en bastantes de sus calles y su gente. Tal vez
lo “añejo”, sólo sepamos percibirlo aquellos que en épocas pasadas respiramos esa “cosilla” tan
especial y mantenemos aún impresas en nuestras retinas aquellas imágenes que no
se ven con tanta frecuencia en las ciudades mas bañadas de progreso.
El cochino que aún camina tranquilo por la calle, el burro
que se alimenta de un “jergón” de
paja en un callejón, la burrita preciosa
que permanece atada a una reja mientras su dueño hace “mandaos”, la cabrita
beleña, las gallinas que picotean
en el asfalto ó las “santateresas” y los
“cigarrones” con su presencia campera dentro del pueblo, hacen que yo pueda
recordar y decir con alguna propiedad que en Jimena,
aún se huele a pueblo. Son estos pueblos los que la gente
de “la gran urbe” va buscando en sus vacaciones ó “fiestas puenteras” para
descansar, admirar bonitos paisajes, contactar con la gente y degustar la gastronomía de toda la vida.
Amigos y conocidos del lugar, tengo a montones que cuando
hablo con ellos también me lo recuerdan,
porque de manera inconscientes “largan” unas expresiones dialécticas que
junto a esas imágenes que de vez en cuando veo y fotografiamos, me hacen
sentir
que parte de nuestro pasado de “Andalucía Profunda” está ahí con su
sabiduría, su ternura y su tesón por no perder lo que se heredó de
nuestros antepasados.
Tal vez esa circunstancia especial de mantenernos muchos “intactos”
en la forma de expresión verbal, en las
costumbres y en las “pinceladas” de escenas comunes a otro tiempo, es lo que
nos hace ser distintos y no permiten que se avance en lo que dicen ser el
progreso, porque no se tiene predisposición, ni en lo profundo de nuestro ser
se desea, ya que nos sentimos a gusto como estamos y con lo que tenemos.
Seguro que es importante tener fábricas, respirar aire
empobrecido de oxígeno, ganar un poco de dinero más, que gastamos lo mismo,
pero… ¿ merece la pena tener todo eso y perder la tranquilidad y la forma de vida actual…?.
Aún se habla del Bar de Manolo Mena, de Vargas, de La Bodega, del de Los Pérez y
eso lo añado yo a las maneras de expresión tan exquisitas, a las imágenes de
los burritos, de los cochinos por la calle y de los saltamontes, para repetir
que aún soplan “airecillos de pueblo” que hacen a muchos el que se sientan
felices y no deseen más de lo que tienen.
Tal vez parezca “lastimoso” el que un montón de obreros se
levanten aún en nuestro pueblo a “las claritas” del día y cojan sus coches para
trasladarse a ciudades como San Pedro, Estepona, Algeciras, La Línea, Sotogrande etc, etc,
donde ganan el sustento para vivir y regresan por la tarde. Lo de lastimoso lo
he puesto “entre comillado” porque esa
circunstancia no es exclusiva de Jimena y se está dando en todos los lugares
del mundo, donde los trabajos suelen estar a grandes distancias del domicilio
habitual y tal vez sea mejor así que
sufrir las “asfixias” de unas industrias que aportan crueles enfermedades y al final no reportan
el bienestar y la tranquilidad que se respira, aunque haya que salir fuera, que
a veces es relajante y permite vivir mejor y más sano ya que se airean más las relaciones
familiares.
Para comprobar lo que digo basta darse un paseo por la calle
Quirós, Santa Ana, Velasco, Mellado, La
Loba, Misericordia, Larga, La Vaca, Consuelo, Granadillo, Yusto, Sol y algunas
otras. Si ese caminar lo haces a medio día, percibirás con intensidad el olor de sus guisos, potajes y pucheros, contemplando
al mismo tiempo esas imágenes de toda la vida del gato en la ventana, el
perrillo que te ladra al pasar, la señora mayor que amablemente te saluda y tal
vez con un poco de suerte contemples el “burrillo” amarrado a la reja, el
cochino andando por la calle, la “cabra beleña” masticando pasto en su
boca y hasta el “perchi de la cola”
posado en algún que otro viejo “paeretón”.
No pensemos que esto nos hace retroceder, que es todo lo
contrario porque nos lleva a sentirnos más “persona” y más “nosotros mismos”
y que dure mucho tiempo, mientras no
aparezca algo mejor, para conservar nuestra propia identidad heredada.
Currini
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